Relatos eróticos de esposas infieles
Os contare una experiencia, normalmente anormal, simplemente encantador y extrasensorialmente irrepetible.
Pasamos una velada, deliciosa, el y yo compartimos miradas, guiños y sonrisas … un mundo sencillo después de haberle sentido dentro de mí, de saber como olía, como sabia, y como entraba sin pedir permiso entre mis piernas. Salimos de aquel restaurante, y nos dirigimos a casa, la noche aun era joven y teníamos más ganas de nosotros que de compartir copas entre bares.
Le mire y su mirada era extraña, sensual, sexual, llena de vicio y de pasión, no sabía que pasaba por su cabeza, pero en ese momento puso su mano suavemente entre mis piernas y como un maestro de carreras de fórmula 1, manejaba su coche rojo con la mano izquierda, mientras que su mano derecha se dedico a mi.
Fue rozándome el clítoris, por encima de las tangas negras, hasta que sus dedos se deslizaban rozando mi carne ardiente, en un segundo me llene de la esencia de la excitación…la ciudad era un bullicio, las calles llenas, los coches pasaban y el conducía aquel deportivo rojo mientras me sonreía, me miraba y su mano se hundía en mi coño ansioso de placer.
Era un camino corto que se hizo eternamente excitante y gustoso, un camino con semáforos que en rojo eran una delicia y en verde una excitación, recuerdo ese matrimonio mayor que miraba sin creer lo que veía, incluso el coche de policía que se quedo a nuestra altura, justo en el penúltimo semáforo, mientras yo chupaba sus dedos llenos de mi. Fue sublime y excitante verle la cara a aquel joven policía que sabía lo que veía, pero no lo podía creer.
Una vez en la última subida, decidí quitarme el tanga, abrir mis piernas, ponerlas sobre el salpicadero y dejarle, que su mano se hundiera hasta el fondo de mi coño jugoso, su cara me decía muchas cosas…, pero su mano transmitía todo lo demás.
Al llegar al garaje de casa, sonreímos y me baje del coche, poniéndome el vestido en su sitio (aun sin tangas), el me cogió de la mano, me llevo a una esquina del garaje, me puso mirando contra la pared, mientras yo pensaba… “Follame…joder…follame…” y me follo, sentí como abrió su bragueta, caso su polla dura y erecta y la hundió en mi coño húmedo que mojaba mis muslos de tanta excitación.
Sin preguntar, sin pedir y dando por hecho su posesión sobre mí, me hizo suya, me follo de nuevo, sintiendo como mi cara, rozaba la pared de aquel frio garaje … pero a la vez tan cálido, fue excitante, sentir el frio del cemento a la vez que sentía el calor de su pasión, el susurro de su voz en mi cuello, y su pasión desproporcionada que me hacia tan feliz, le pedí que se corriera, pero como es un chico muy correcto, me dejo a mi primero, así sin más, dijo … “Vamos…” y se cerró la cremallera del pantalón, mientras me bajaba la falda, me dejo sin más húmeda y esperando terminar la noche, pero solo fue el preludio de una gran noche…
Me cogió de la mano, subimos a casa y salimos a la terraza, la noche era perfecta, mientras yo admiraba las estrellas él, me levanto la falda y siguió lo que había dejado a medias, continuamos con la luz de la luna, seguimos con las velas del dormitorio, no podría definirlo de otra manera, pero la faena, bien merecía las dos orejas … y el rabo que sentí entre mis piernas.
Relatos eróticos de esposas